30 agosto, 2013

Oda al picaflor


Al colibrí 
volante 
chispa de agua, 
incandescente gota 
de fuego 
americano, 
resumen 
encendido 
de la selva, 
arco iris 
de precisión 
celeste: 
al picaflor 
un arco, 
un hilo 
de oro, 
¡una fogota 
verde! 

Oh 
mínimo 
relámpago 
viviente, 
cuando 
se sostiene 
en el aire 
tu 
estructura 
de polen, 
pluma 
o brasa, 
te pregunto, 
¿qué cosa eres, 
en dónde 
te originas? 
Tal vez en la edad ciega 
del diluvio 
en el lodo 
de la fertilidad, 
cuando 
la rosa 
se congeló en un puño de antracita 
y se matricularon los metales, 
cada uno en 
su secreta 
galería, 
tal vez entonces 
de reptil 
herido 
rodó un fragmento, 
un átomo 
de oro, 
la última 
escama cósmica, una 
gota 
del incendio terrestre 
y voló 
suspendiendo tu hermosura, 
tu iridiscente 
y rápido zafiro. 

Duermes 
en una nuez, 
cabes en una minúscula corola, 
flecha, 
designio, 
escudo, 
vibración 
de la miel, rayo del polen, 
eres tan valeroso 
que el halcón 
con su negra emplumadura 
no te amendrenta: 
giras 
como luz en la luz, 
aire en el aire, 
y entras 
volando 
en el estuche húmedo 
de una flor temblorosa 
sin miedo 
de que su miel nupcial te decapite. 

Del escarlata al oro espolvoreado, al amarillo que arde, 
a la rara 
esmeralda cenicienta, 
al terciopelo anaranjado y negro 
de tu tornasolado corselete, 
hasta el dibujo 
que como 
espina de ámbar 
te comienza, 
pequeño ser supremo, 
eres milagro, 
y ardes 
desde 
California caliente 
hasta el silbido 
del viento amargo de la Patagonia. 
Semilla del sol 
eres, 
fuego 
emplumado, 
minúscula 
bandera 
voladora, 
pétalo de los pueblos que callaron, 
sílaba 
de la sangre enterrada, 
penacho 
del antiguo 
corazón 
sumergido. 


Pablo Neruda

...
dos seres que amo

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